Cuantas veces las madres hispanas inmigrantes no nos hemos enfrentado a este dilema? Algunas de nosotras tuvimos la oportunidad de decidir entre estas dos alternativas, pero para muchas, esas opciones estaban simplemente fuera de su alcance. Cuando llegue a las quince primaveras yo misma me dirigi a mi madre y sin saber si tenia o no planes para celebrarme el estar a punto de convertirme en señorita, le dije “yo no quiero ni fiesta ni viaje, yo quiero un carro.” Mi madre con una expresión de extrañez que mostraba que probablemente ni se acordaba de la gran responsabilidad de la fecha tan importante que para mi se acercaba, me dijo “hablare con tu tio Joaquin Jurado, -que Dios lo tenga en su santa gloria,- para ver si nos puede conseguir un carro de esos de las subastas en El Paso.” Trantando de racionalizar mi decisión me convencia que una fiesta me duraría una noche, un viaje una semana, pero un carro podría durarme toda la vida si bien lo cuidaba. “Que aventuras no me esperarían en ese auto?” De esta manera, mi tio Joaquin en complicidad con mi madre quien aporto $1000 a la causa, me compro mi primer auto en la subasta y me lo trajo hasta Monterrey. “Es uno igualito a Kit el auto increible” decía mi tio, “aunque un poco mas viejo.” En ese entonces existía un programa de regularización de autos americanos; asi que, en cuanto mi tio nos entrego el auto nos fuimos a regularizarlo y después de hacer una fila de varias horas en el parque de la pastora conseguimos sus placas. Estaba impaciente para empezar a manejarlo, el único problema es que había aprendido a manejar “en teoría” viendo a mi madre mas no en practica. Por varios meses mi Toyota estuvo estacionado fuera de la casa porque mi madre, como buena madre hispana no me dejaba manejarlo. “Vas a matarte” me decía, “que sabes tu del trafico de Monterrey?” Mi quinceaños llegaron y se fueron y yo seguía sin manejar ese auto. Pensaba que al paso que iba jamas disfrutaría de esos “roles” con mis amigos que tan perfectamente había dibujado en mi mente. Un buen dia, pensé que talvez podría comenzar a manejar mi Toyota si mis fines eran altruistas. Es decir, si mi madre pensaba que me estaba ofreciendo a manejarlo, no para irme de rol sino para ayudarla a descansar los domingos, talvez estaría mas dispuesta a que lo empezara a conducir. Asi que, comencé por manejar a mi abuelita y a su pandilla de viejitas a los servicios dominicales en la iglesia. Armadas por un sinfín de padres nuestros, bendiciones y signos de cruz para el Toyota provenientes de esta pandilla de religiosas domingueras, realizamos ese trayecto de dos cuadras innumerables veces. Que recuerdos! Ahora que mi hija mayor esta por llegar a sus quince primaveras una vez mas se presenta el gran dilema “Fiesta o Viaje.” Mi hija ha elegido un viaje de estudios. A sus 14 años y medio ha decidido empezar a pavimentar el camino a sus estudios universitarios y pasara un verano en la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Mañana salgo junto con ella para Londres a entregarla a la escuela. Con la bendición de Dios y los padres nuestros acumulados de mi pandilla de viejitas partimos a esta aventura de mi hija. Cada quien vivimos una vida diferente a la medida de las posibilidades que tenemos en ese momento. Espero que mi hija recuerde este regalo de la misma manera que yo recuerdo el mio. Voy con un poco de temor por los atentados recientes de Londres, pero confio que gozando de la presencia del padre, esas viejitas que Dios ha llamado ya a su lado, me sigan repartiendo todas esas bendiciones que algún dia compartieron conmigo y con mi Toyota. Si Dios con nosotros, quien en contra?