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Erika Jurado-Graham

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Turistas colombianos tuvieron que quedarse en EU durante la pandemia, trabajar y hacer una nueva vida; se van pero quieren volver con papeles de inmigrantes en regla

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Por Maurilio Soto

Primera de dos partes.

Los inmigrantes latinoamericanos que buscan el sueño americano en Estados Unidos, en muchas ocasiones, batallan de más para lograr establecerse y comenzar una nueva vida en otro país, uno muy distinto al suyo.

Pero, ¿qué pasa cuando esos inmigrantes en realidad eran turistas que tuvieron que permanecer en EU debido a la pandemia? Según sus planes, estarían allá sólo un par de meses con sus familiares ciudadanos americanos, pero terminaron quedándose por dos años.

Tuvieron que emplearse, sin ningún permiso de trabajo, para sostener a sus pequeños hijos, a los que además tuvieron que conseguirles escuela. Transcurridos 24 meses, casi sin darse cuenta, ya tenían una vida hecha en territorio estadounidense. 

Pero su situación migratoria ilegal, después de vencido el tiempo extendido de su visa de turista, y el hecho de que ellos son cristianos “y creemos en andar en justicia y creemos mucho en la legalidad”, los orilló, finalmente –pese a que la situación en su país estaba muy difícil luego de la crisis por el Covid-19– a irse de Estados Unidos y volver a su país.

¿Tú te hubieras regresado? ¿Hubieras esperado más tiempo? ¿Ya nunca te hubieras ido de EU? 

Esas mismas preguntas se hicieron Joanna y Jorge, quienes le apostaron todo a una petición familiar tramitada por la madre de ella y hoy, esperan rinda frutos por lo menos en un par de años para volver a la Unión Americana pero ahora sí con todos los papeles en regla, tal y como lo dictan sus creencias y convicciones. “De hacer las cosas bien, derechas, como tienen que ser”.

Esta es la historia de una familia colombiana, una familia cristiana a la que tal vez le gustaría poder regresar el tiempo, regresar a ese instante en una esquina de Oklahoma. 

“Yo, si pudiera devolver el tiempo… Y a esa esquina me devuelvo, de que yo le lloraba a mi esposo. Yo le decía: ‘No nos regresemos’. De seguro que amarraría a mi esposo de un poste, de un árbol. Y no nos vamos a regresar y aquí me voy a quedar hasta que me digan que no. No lo hubiera hecho”, comparte Joanna, colombiana que se fue de Estados Unidos junto con su familia a su país.

“Siempre recuerdo ese momento en esa esquina del colegio y del lugar en donde íbamos a buscar para vivir, que llorando le decía: ‘no lo hagamos’. Porque había algo en mí que me decía que íbamos a vivir difícil ese regreso”, rememora casi con las mismas lágrimas en los ojos.

“Nosotros teníamos que subsistir… no podíamos quedarnos quietos (durante la pandemia)”

Fue en diciembre de 2019 cuando Joanna llegó con su esposo Jorge y sus dos hijos varones, de siete y ocho años de edad, para que ella viera a su madre y su hermana, sus hijos estuvieran con su abuela materna y todos pasaran juntos las fiestas decembrinas de aquel año, e incluso, para quedarse en plan vacacional hasta el 24 de febrero del siguiente año.

Pero llegó el 2020, y con él: la pandemia, el cierre de aeropuertos, el pánico global y, Estados Unidos no fue la excepción.

Tras el anuncio del gobierno norteamericano de que quienes se encontraban en el país con visa de turista podían pedir la extensión de esa visa a causa de la pandemia, Joanna y Jorge no lo dudaron y la tramitaron. Les llegó en septiembre del 2020 y era vigente de junio a diciembre de ese mismo año.

“En ese lapso pues nosotros dijimos, qué hacemos con el aeropuerto cerrado, y todo estaba cerrado acá en Colombia… nosotros teníamos que subsistir dentro de los Estados Unidos como familia, no podíamos quedarnos quietos”, comenta Joanna en la entrevista para juradograham.com.

“No nos quedamos paseando. Tomamos la decisión de quedarnos ese tiempo. Sabíamos que con visa de turista no podíamos trabajar, pero la realidad fue otra. Nos tocó empezar a trabajar y a devengar a los dos”, dice desde su casa en el Departamento del Quindío, en el eje cafetalero colombiano. 

“Sólo Dios sabe cómo hacíamos nosotros para poder hacer las traducciones”

Pero trabajar allá, con la barrera del idioma incluida, no fue el único reto para la pareja latina.

“Teníamos dos niños chiquitos, y empezaba un año escolar en Estados Unidos. Y con eso de la pandemia, dijimos: ‘pues nosotros no podemos dejar a los niños sin estudio’. Los inscribimos y les dieron clases en línea. Fue un reto tremendo porque era en inglés y nosotros no teníamos ni idea del inglés, no lo hablamos”, expresa y añade:

“Con ellos fue más de un año. Estuvimos estudiando con ellos en línea. Yo era la tutora. Sólo Dios sabe cómo hacíamos nosotros para poder hacer las traducciones. Y hacer que los niños avanzaran, de que no se quedarán ahí”, admite.

El reto fue mayormente para ella como tutora, pero también para sus hijos, quienes finalmente –gracias en buena parte al colegio, pues apoyó a esta familia porque conocían su situación “y fueron bien buenos con nosotros”– lograron sacar su año escolar. 

“Creemos en andar en justicia y creemos mucho en la legalidad”

Las clases y tareas eran las obligaciones de sus hijos, pero a ellos les tocaba trabajar, así que lo hicieron hasta limpiando pisos, departamentos, casas. Aunque al principio sus creencias y religión también fueron una cierta barrera en el terreno laboral.

Nosotros somos una familia de creencias. Somos cristianos y creemos en andar en justicia y creemos mucho en la legalidad. Nos ofrecieron muchos trabajos, pero trabajos con papeles chuecos, como les llaman. Nosotros nunca aceptamos, la verdad. Siempre les dijimos que nosotros íbamos a trabajar, pero en ningún momento con papeles chuecos”, dice Joanna.

“Contamos con la gracia de Dios de que nos dieron trabajo de esa manera, nosotros no queríamos hacerlo de otra manera ilegal. Entonces estuvimos trabajando (sin) número social, la verdad. Nos dieron la oportunidad y fueron mexicanos, fueron una bendición grandísima esas personas, para nosotros fue un regalo de Dios todo ese tiempo”, asegura y destaca que “ellos lo aceptaron, ellos sabían nuestra situación y decidieron darnos la oportunidad de esa manera”.

Joanna es ingeniera agrónoma y su esposo había tenido negocios propios allá en Colombia, pero en Estados Unidos, bajo su situación, tuvieron que entrarle a muchas chambas.

“Mi esposo trabajó también en construcciones de madera. La verdad mi esposo hizo múltiples trabajos, fue mecánico… la verdad allá uno se va a lo que tenga que trabajar y lo que resulte”, acota Joanna.

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Durante la pandemia, Joanna y Jorge, ya en condición de inmigrantes sin papeles, tuvieron que trabajar en Estados Unidos.

“Mi esposo sí vivió experiencias muy fuertes (al trabajar como inmigrante)”

Y lo que resultó, también, fueron accidentes y experiencias desagradables y hasta peligrosas.

“Mi esposo sí vivió experiencias muy fuertes, humillaciones, insultos, en un trabajo quedó sin visión dos días porque no le dieron protección para soldadura. En otro le tocaba hacer mecánica debajo de los carros sobre excrementos de gatos, aunque él limpiara el lugar de trabajo estaba lleno de estos animalitos y así sin darse cuenta quedaba trabajando encima de esto”, cuenta.

Jorge también trabajó sacando escombros y ahí, en una ocasión, “el compañero tiró una roca tan grande que le rompió la nariz y así le tocó quedarse porque por terco no quiso ir a una urgencia. Por temor a que le cobraran mucho dinero”, relata.

Los mexicanos, “mucha bendición”

Pero eso no fue todo lo que Jorge tuvo que aguantar en la cuestión laboral, también “trabajó en alturas sin protección. Se lastimó la clavícula haciendo jardinería. En fin, muchos trabajos duros, pero de todo lo qué pasó Dios siempre tuvo cuidado de él”, afirma su esposa.

“Hasta que conoció una pareja de mexicanos que le ofrecieron part time (medio tiempo) en las noches y fines semana y fueron un regalo del cielo. Tenemos mucho que agradecerles a ellos. Yo también trabajé part time con ellos”, menciona y resalta que “siempre estuvimos con mexicanos, y eso en lo personal ha sido mucha bendición. Todavía nos llaman y hablamos con ellos”.

En medio de todo ello, tuvieron la ventaja de que la familia vivía en casa de la madre de Joanna.

“Nosotros estuvimos con mi mamá esos dos años. Y ya teníamos pensado irnos a vivir aparte. Nosotros vivimos con mi mamá sobre todo por el cuidado de los niños, para poder nosotros trabajar, por sus clases en línea. No era fácil el cuidado de los niños, porque eso es otro tema, con niños pequeños trabajar y ver quién nos cuidaba a los niños”, señala Joanna. 

Adaptación ya como inmigrantes, en pandemia

Y por supuesto, fue muy diferente estar de paseo a tener que trabajar en Estados Unidos para vivir.

“La adaptación es complicada por el idioma. Aparte de eso no son las mismas costumbres. Sabíamos que para poder estar allí teníamos que tener auto. No podíamos trabajar, porque sin auto no podíamos trabajar. Conducir en esas avenidas tan grandes es diferente. El trabajo también, yo soy profesionista, soy ingeniera agrónoma. Mi esposo ha tenido empresa, servicio de autos, y pues llegar allá a un trabajo que totalmente ni siquiera uno hacía acá en su país…”, refiere y agrega:

“De limpieza, jardinería, me tocó varias veces jardinería, al sol en verano, me tocó hacerlo, pero sabíamos que había que hacerlo, porque la vida allá es costosa y teníamos que ganar dinero para poder sostenernos y sostener a nuestros hijos”, detalla.

Además, toda la familia de Joanna contrajo Covid-19.

“Gracias a Dios salimos. A todos nos dio. No pasó a mayores. Tuvimos la fortuna de trabajar, no fue tan difícil, la verdad. Siempre había temor, que el caos… pero estábamos los cuatro, estábamos con mi mamá. Los niños estaban estudiando en casa. El único temor era en nuestros países, no poder regresar”, cuenta y añade:

“Dejar todo lo que nosotros teníamos en Colombia. Lo que nosotros teníamos allá se cerró, se quebró. No teníamos ya nada acá en este país. Más que nada fue ese tema el que más se nos dificultó y que nos causó mucho temor”, comparte.

Un año transcurrido y aún sin papeles

Y así, tras enfrentarse a todos estos desafíos en lo personal, laboral, familiar y hasta en temas de salud, transcurrió un año, el primer año de la familia de Joanna en Estados Unidos.

“Ya finalizando el año 2020… la verdad es que la situación estaba bien difícil en Colombia, allá vendimos todo. Nos quedamos sin nada, la verdad. Empezaron paros en Colombia y había un caos total en Colombia. Y bueno, continuamos 2021 allá en Estados Unidos trabajando”, cuenta y agrega:

“Nosotros sabíamos lo que nos implicaba quedarnos después de (la fecha de) extensión de la visa, pero más allá de eso pensamos en el sustento de los hijos. De una familia, de estar en otro país y decir: ‘bueno, qué vamos a hacer’”, apunta esta madre colombiana.

“Una petición que ya se tardó”

La familia de Joanna contaba con visa desde 2016, ya habían ido a visitar a su madre y a su hermana en un par de ocasiones antes de 2019, año en que toda esta historia comenzó. Incluso, en 2017 la mamá de Joanna “nos hace una petición familiar. Y por ser mayor de edad, ya casada, pues es una petición que ya se tardó. Y ahorita el boletín de visas va bien atrasado”, dice. 

Un ciudadano estadounidense –como es el caso de la mamá de Joanna–, puede solicitar que ciertos miembros de su familia obtengan la residencia permanente legal. Convertirse en residente permanente legal es un proceso que consiste de dos partes. 

El ciudadano debe presentar el Formulario I-130, Petición de Familiar Extranjero, y el familiar –en este caso Joanna– debe presentar el Formulario I-485, Solicitud de Registro de Residencia Permanente o Ajuste de Estatus, para (eventualmente) recibir la visa de inmigrante a través del Departamento de Estado.

En primera instancia, como ciudadano estadounidense, la madre de Joanna puede solicitar por los siguientes familiares inmediatos: Su cónyuge, un hijo soltero menor de 21 años de edad, o sus padres.

Pero, “otros familiares elegibles para solicitar una tarjeta de residente permanente están descritos en las siguientes categorías de ‘inmigrantes preferenciales’ basados en la familia”, según la propia información que el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos (USCIS por su siglas en inglés) proporciona en su sitio web:

  • Primera preferencia (F1) – hijos e hijas de ciudadanos estadounidenses, que sean solteros (as) y tengan 21 años de edad o más;
  • Segunda preferencia (F2A) – cónyuges e hijos (solteros, menores de 21 años de edad) de residentes permanentes legales;
  • Segunda preferencia (F2B) – hijos e hijas solteras, de 21 años de edad, de residentes permanentes legales;
  • Tercera (F3) – hijos e hijas casados de ciudadanos estadounidenses (que es el caso de Joanna); y
  • Cuarta preferencia (F4) – hermanos y hermanas de ciudadanos estadounidenses si el ciudadano estadounidense tiene 21 años de edad o más.

USCIS, en coordinación con el Departamento de Estado (DOS, por sus siglas en inglés) revisa periódicamente los procedimientos para determinar la disponibilidad de visas para los solicitantes que esperan presentar un ajuste de estatus preferencial basado en el empleo o patrocinado por la familia. En el caso de Joanna es “patrocinado por la familia” por la petición que le hizo su madre.

El boletín de visas del que habla Joanna, emitido por USCIS, resume la disponibilidad de números de inmigrantes durante determinado mes para: “Fechas de acción final” y “Fechas para presentar solicitudes”, indicando cuándo se debe notificar a los solicitantes de visa de inmigrante para reunir y enviar la documentación requerida al Centro Nacional de Visas. (Primera de dos partes). Te invitamos a leer la segunda parte de este artículo.

Si tienes una situación migratoria complicada y quieres resolverla con alguien de confianza, con experiencia y paciencia, no dudes en agendar una cita con el equipo de la abogada Erika Jurado. ¡Nos enfocamos en todo tipo de casos migratorios y tenemos licencia para trabajar en todos los Estados Unidos!

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